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Deshabitar el patriarcado: el ser, el cansancio y el cuidado como resistencia; Heidegger, Han, Sloterdijk, Butler y Gadamer en diálogo con la paternidad presente.

Por: Luis Alberto Torres Alvarez


En mi libro titulado: ¿Machista Yo? En la cuerda floja del patriarcado, una vez aclarado el contexto y la intención del relato, la primera frase con que abro la narración es sobre mi nacimiento. Una inferencia lógica que hacen mis padres a partir de una rápida descripción fisiológica de mi cuerpo, antecede el arrojamiento a un mundo que ya estaba dicho. Antes de hablar, ya me habían nombrado; antes de elegir, ya me habían asignado un lugar.


Y como todos los seres humanos, nací dentro de un entramado de significados que ya tenía definido lo que debía ser un hombre, una mujer, un padre, una madre. Ese arrojamiento que en Heidegger es la condición ontológica del ser; esto es, que al ser lanzados a un mundo que no hemos elegido, que nos constituye y que en nuestro tiempo se reviste de mandatos patriarcales y estructuras de poder, configura no sólo la forma de habitar el mundo, nuestro mundo, sino también de sentirlo. Por eso, proponer deshabitar el patriarcado no es, un gesto simbólico, sino un trabajo cotidiano de desaprendizaje: desmontar la obediencia, resignificar el cansancio y abrir espacios para el cuidado. ¿Cuál obediencia y cuál cansancio?


Entre Martin Heidegger, Byung-Chul Han, Peter Sloterdijk, Judit Butler y Georg H. Gadamer se dibujó para mí la posibilidad de un horizonte donde el ser humano hombre vuelve a encontrar sentido en otro tipo de presencia, en este caso, en la presencia de la paternidad que acompaña y no domina, que habita y no impone.


¿Por qué estos filósofos acompañan mi búsqueda?


Mi trabajo sobre masculinidades en renovación y paternidad presente no surgió de una moda ni de una reacción coyuntural. Es una búsqueda que nació de la experiencia vital de haber habitado la soledad, la orfandad, la paternidad compartida, la renuncia al poder y el regreso al cuidado, pero también de una profunda necesidad de comprender filosóficamente qué significa hoy “ser hombre” en una civilización que ha perdido su vínculo con el sentido, el tiempo y el otro. En medio de un humanismo lejano o vacío que permite la aniquilación y el consumismo desmedido.


Por eso decidí estar acompañado de estos pensadores que, más que teorizar, han abierto grietas en la forma moderna de habitar el mundo: Heidegger, Byung-Chul Han, Peter Sloterdijk, Judit Butler y Hans Georg Gadamer. Ellos me ayudan a comprender e interpretar que la transformación del ser humano hombre y de sus variadas masculinidades no consiste como fin último en “asumir roles de crianza” ni en “ayudar a la mujer”, porque eso implicaría seguir reproduciendo la lógica binaria y jerárquica del patriarcado; una lógica que divide el mundo entre lo fuerte y lo débil, lo productivo y lo afectivo, lo masculino y lo femenino, lo malo y lo bueno, lo blanco y lo negro.


De lo que se trata es de una renovación ontológica: ¿Y qué es eso hoy? un cambio en el modo de ser, de habitar y de comprender el mundo. En términos más claros y actualizados. De lo que se trata es de un giro en la forma en que los hombres somos y estamos en el mundo: un tránsito del dominio al cuidado, del poder al vínculo. De la ausencia a la presencia.


Martín Heidegger nos recordó que el Dasein -ese ser que somos cada uno- ese ser- ahí, no elige su punto de partida: justamente porque somos “arrojados” (Geworfenheit) a un mundo ya configurado por el lenguaje, la historia y la cultura. No llegamos a un vacío, sino a una trama que nos preexiste. En ese mundo -diría Byung-Chul Han-el sujeto contemporáneo vive desgarrado entre el mandato de rendimiento y la fatiga de sí mismo. El cansancio no es ya físico, sino existencial: una saturación del alma que ha perdido el sentido del cuidado, del estar-con. Por eso, deshabitar el patriarcado implica resistir ese modo de ser que mide la vida en términos de figuración, prestigio, éxito, poder y eficacia; supone habitar de otro modo, en clave de atención, ternura y presencia.


La paternidad presente, entonces, no es solo una forma de ejercer el amor, sino un modo de pensar y existir distinto, una ética de la cercanía que desafía las estructuras del mundo en que fuimos arrojados.


Peter Sloterdijk, en su trilogía Esferas, propuso que los seres humanos no habitamos el mundo de manera abstracta, sino que lo hacemos dentro de espacios simbólicos y afectivos que él llamó “microesferas de inmunidad”. Cada relación, cada vínculo, es una pequeña burbuja de sentido que nos protege, pero también puede encerrarnos. El patriarcado, en este sentido, ha sido una de las esferas más rígidas y asfixiantes de la historia humana: una arquitectura invisible que organiza los afectos, el poder y la pertenencia. Deshabitar el patriarcado significa romper esa burbuja sin caer en el vacío; implica crear nuevas esferas de cohabitación, basadas en el cuidado mutuo, la palabra compartida y la vulnerabilidad asumida.


La paternidad presente encarna esa posibilidad: la de un hombre que reconstruye su morada simbólica no desde la autoridad, sino desde la presencia; no desde la obediencia a un rol heredado, sino desde la escucha que acoge y la ternura que sostiene.


En este punto, Judith Butler (2007) me resultó esencial. Su crítica al género como construcción performativa ilumina la tarea que me propongo de deshabitar el patriarcado desde la raíz del lenguaje. Butler nos advirtió que el género no es una esencia, sino una repetición ritualizada de actos que producen la ilusión de estabilidad. Así, cuando un papá asume una paternidad basada en el cuidado, la ternura o la vulnerabilidad, está reescribiendo la performatividad de lo masculino: interrumpe la repetición del mandato patriarcal y abre un espacio de libertad ontológica. Su gesto no es solo afectivo, sino político y existencial. En esa práctica se encarna la posibilidad de un nuevo discurso del ser hombre, uno que reconoce que cuidar también es pensar.


Hans-Georg Gadamer (2001), por su parte, me ofreció la clave hermenéutica para entender este proceso como una experiencia de comprensión: no se trata simplemente de rechazar un sistema de sentido, sino de interpretarlo de otro modo. Deshabitar el patriarcado exige una “fusión de horizontes” (Horizontverschmelzung), donde el pasado patriarcal y el presente crítico dialoguen sin anularse. Desde la paternidad presente, esta fusión ocurre en lo cotidiano: en el acto de cocinar, expresar ternura, escuchar o acompañar a un hijo se genera una nueva interpretación de mi ser, un círculo hermenéutico donde el sentido se reconstruye desde la experiencia viva. Gadamer nos recuerda que comprender no es dominar, sino dejar que algo nos diga algo, y en ese dejar-decir se abre la posibilidad del cuidado como conocimiento.


Entonces, deshabitar el patriarcado no implica huir del mundo, ni un simple cambio de roles, sino aprender a habitarlo de otro modo. Heidegger recordaba que “solo desde el habitar puede pensarse el ser”, y tal vez en esa afirmación se esconde la semilla de una revolución silenciosa. Byung-Chul Han nos advierte del cansancio que produce la auto explotación, Sloterdijk nos invita a repensar nuestras esferas de inmunidad, Butler nos enseña que el género puede reinventarse como práctica ética y Gadamer nos ofrece el método hermenéutico para comprender esa reinvención sin violencia. Leídos a la luz del ser-en-el-mundo heideggeriano, todos ellos nos revelan una tarea profundamente humana: reconfigurar el sentido del habitar como cuidado. Más allá del colaborar. En ese gesto cotidiano -cocinar, acompañar, escuchar, criar, sostener- se abre la posibilidad de un nuevo modo de existencia, de paternar.


La paternidad presente no es entonces una nostalgia ni una rareza, sino una práctica ontológica: una forma de resistir desde la ternura, de crear mundos más habitables, de devolverle al ser hombre la capacidad de convivir con amor. Allí donde antes hubo dominio, puede haber presencia; donde hubo distancia, puede haber vínculo. Donde hubo silencio puede haber diálogo.


En esa grieta, quizás, comienza a nacer otra civilización del ser humano. En los párrafos siguientes, trataré de explicitar mi propuesta, el sendero que recorro con la luz de estos autores y algunas de sus obras aquí citadas.


1. El ser arrojado y la condición humana contemporánea


En Ser y tiempo, Heidegger (1997) plantea que el ser humano no elige el punto de partida de su existencia: “El ser-ahí está arrojado en el mundo. No se da a sí mismo el lugar, ni el tiempo, ni las condiciones en que ha de ser, pero allí, en medio de ellas, tiene que ser” (§29). Este “arrojamiento” (Geworfenheit) no es una condena, sino la constatación de que nuestra existencia comienza siempre en una situación concreta, ya cargada de historia, lenguaje y estructuras de sentido. El sujeto contemporáneo, sin embargo, suele vivir ese arrojamiento como una pérdida de libertad, atrapado en el vértigo de la elección infinita, la hiperconectividad y la auto explotación.


En este contexto, el arrojamiento del Dasein (del ser-ahí) se manifiesta como desarraigo. La experiencia cotidiana de muchos hombres -particularmente aquellos que atraviesan rupturas afectivas o divorcios- reproduce esta sensación de sentirse arrojados a un mundo que ya no los reconoce como “proveedores”, pero tampoco les ofrece un lugar simbólico claro para cuidar, nutrir o acompañar. Desde ahí, el ejercicio de una paternidad presente emerge como una forma de reconciliarse con la propia condición de arrojado, transformando la incertidumbre en espacio de creación y cuidado.


En términos heideggerianos, el padre que decide habitar su paternidad -aun en soledad o en acuerdos de crianza compartida- asume su ser-en-el-mundo con autenticidad. Frente al anonimato del “uno” (das Man), que dicta cómo debe ser un hombre o un padre, se abre paso la posibilidad de una existencia más originaria, donde el cuidado (Sorge) se convierte en la forma más elevada del ser-con (Mitsein). Como escribe Heidegger (1997), “la esencia del Dasein está en su existencia” (§9), y es precisamente en los gestos cotidianos -cocinar, acompañar, escuchar, cuidar, dialogar- donde esa existencia se afirma como acto ético y poético.


2. El habitar y la reconstrucción del sentido


En su conferencia Construir, habitar, pensar, Heidegger (1994) propone que “solo desde el habitar puede pensarse el ser” (p. 137). Habitar no es simplemente ocupar un espacio físico, sino instaurar una relación de pertenencia con el mundo, una forma de cuidado hacia lo que nos rodea. La civilización moderna, sin embargo, ha roto esa relación. Vivimos más en la funcionalidad del hacer que en la plenitud del habitar.


El papá contemporáneo que se reencuentra con la casa vacía -con el silencio tras la partida del hijo a la casa de la madre, o al revés- encarna esta tensión entre el habitar técnico y el habitar poético. En lugar de ver la casa como un lugar de tránsito, la convierte en un refugio del alma: cuida, cocina, ordena, expresa sus emociones, transforma la ausencia. Reconstruye el sentido del habitar como un acto que otorga existencia, que devuelve al espacio doméstico la dignidad que la modernidad le arrebató.


Heidegger sostiene que “habitar es la manera como los mortales son sobre la tierra” (1994, p. 145). Por tanto, habitar auténticamente implica reconocer la finitud y abrirse a la gratitud. Habitar es estar con. La paternidad presente se convierte así en un ejercicio de hospitalidad radical, en el que el padre no domina ni impone, sino que acoge y comparte. En la ética del cuidado, cocinar se vuelve un acto filosófico: transformar la materia para nutrir al otro. Esta práctica-aparentemente simple- reconstituye el sentido del ser-en-el-mundo desde lo cotidiano y devuelve a la existencia su tono de arraigo.


Gadamer (2001) diría que en este tipo de experiencias cotidianas se revela la verdad como acontecimiento: comprender el mundo no desde la distancia del pensamiento abstracto, sino desde la inmersión amorosa en él. El padre que habita así, interpreta el mundo con su cuerpo, su tiempo y su cuidado.


3. El sujeto de rendimiento y la fatiga de ser


Byung-Chul Han (2012) describe al hombre contemporáneo como un “sujeto de rendimiento” que se explota a sí mismo bajo la ilusión de la libertad: “El sujeto de rendimiento es más rápido y más productivo que el sujeto de obediencia, pero se explota a sí mismo voluntariamente, creyendo que se realiza” (p. 21). En lugar de enfrentarse a un amo externo, se ha internalizado la coerción: se ha vuelto su propio amo. El imperativo de ser productivo, exitoso y emocionalmente eficiente le desborda, lo extravía. Este sujeto no vive, sino que administra su vida como un proyecto de eficiencia.


Frente a este modelo, el papá que asume su paternidad desde la presencia encarna una resistencia silenciosa. Su tiempo no se mide en rendimiento, sino en relación con. En lugar de perseguir la optimización del yo, se abre al ritmo del otro: el tiempo lento de cocinar, de acompañar una tarea, de leer un cuento y escuchar una historia antes de dormir. Allí se revela una forma de libertad distinta: no la de la elección infinita, la de la verborrea abstracta, sino la de la atención plena y el cuidado compartido y preciso.


Han (2012) afirma que “la revolución de nuestro tiempo no puede ser ya una revolución contra otros, sino contra nosotros mismos” (p. 76). En esa clave, la paternidad presente es una micro revolución contra la lógica neoliberal del yo agotado. Es una forma de descolonizar el tiempo y de devolverle sentido al cuerpo y a la presencia. Cuando el papá renuncia a la auto explotación y elige el cuidado, está también desafiando el paradigma de éxito que lo aliena de su propio ser.


4. Esferas, vínculos y la paternidad como esfera ética


Peter Sloterdijk (2003), en Esferas I: Burbujas, Microsferología, plantea que los seres humanos son “animales esféricos”: seres que necesitan construir espacios de intimidad simbólica para sobrevivir. “El hombre moderno se ha convertido en un ser sin morada: expuesto, que busca construir esferas de inmunidad ante el exceso del mundo” (p. 37). Estas esferas son tanto físicas como afectivas, y su destrucción implica una pérdida de sentido.


La paternidad presente puede entenderse como una reconstrucción de esa esfera íntima, de su morada. En una sociedad fragmentada y centrada en la hiperindividualidad, el vínculo entre papá e hijxs crea una pequeña esfera ética, un microcosmos donde el cuidado sustituye al control y el diálogo sustituye a la autoridad. No es un espacio cerrado, sino una burbuja porosa donde se experimenta una nueva forma de coexistencia: el ser-con como ternura.


Sloterdijk sugiere que toda esfera auténtica implica reciprocidad, respiración compartida, calor común. Así, el padre que cocina con sus hijos e hijas, que comparte el silencio o la música, o el arte o el deporte, está restableciendo una inmunología del alma: un espacio simbólico que resiste la frialdad del mercado y la alienación tecnológica. El cuidado paterno se convierte, entonces, en una esfera de resistencia frente al mundo del rendimiento, y en un laboratorio de masculinidades en renovación que ya no temen habitar el amor.


Como diría Butler (2007), ese acto de cuidar deshace el guion de la masculinidad hegemónica y abre paso a una ética performativa del vínculo, donde ser hombre es, ante todo, una forma de cohabitar el mundo con otros.


Esta transformación no puede reducirse a “asumir nuevos roles de crianza” o a “colaborar con la mujer” en las tareas domésticas, como si bastara con redistribuir funciones dentro del viejo marco patriarcal. Lo que está en juego es mucho más profundo: una reconfiguración existencial, interpretativa y relacional del ser.


No olvidemos que tras los giros lingüístico y hermenéutico del siglo XX, el cambio ya no puede pensarse en los términos de una “conversión ontológica” clásica; esto es, en la abstracción del ser. No. Se trata de un cambio profundo en la forma de ser y en la percepción de la realidad de una persona, como un proceso de comprensión y resignificación. Gadamer (2001) nos enseñó que comprender es siempre un acto histórico y dialógico, un encuentro entre horizontes que se transforman mutuamente. Butler (2007), desde otro ángulo, nos recuerda que la identidad y el género no son esencias, sino prácticas reiteradas de significación que pueden subvertirse y redefinirse en forma permanente.


Desde esta mirada, las masculinidades no son datos fijos, sino formas de interpretación del ser. Renovar las masculinidades implica reaprender el sentido del habitar, desmontar los mandatos del dominio y del éxito, y abrir espacios a modos de existencia donde el cuidado, la ternura y la presencia sean experiencias legítimas de humanidad. En esa transformación, el hombre no pierde su identidad: recupera su capacidad de ser-estando y cuidar poéticamente el mundo. Su mundo.

 

5. Conclusión: hacia una ética del cuidado masculino


Las masculinidades en renovación, no pueden entenderse solo como un cambio sociocultural o emocional, sino como una tarea de sentido: una manera distinta de ser y estar en el mundo. Heidegger, Han, Sloterdijk, Gadamer y Butler ofrecen un lenguaje para pensar esta mutación no como ruptura, sino como retorno al origen del ser: un ser que cuida, que habita y que respira con otros.


El hombre que asume su paternidad presente actúa desde esa comprensión: ya no como quien cumple un rol impuesto por el “uno”, sino como quien se atreve a ser en autenticidad, reconociendo su vulnerabilidad y su capacidad de cuidar. En un mundo donde la productividad ha sustituido al sentido, este gesto es un acto filosófico. Cocinar, escuchar, expresar, acompañar, se convierten en formas de Sorge, (cuidado) la estructura fundamental de la existencia del Dasein (el ser humano) y no es un concepto psicológico, sino el modo primordial en que existimos en el mundo. La paternidad, entonces, deja de ser una función y se convierte en un modo de ser-estar en el mundo.


Byung-Chul Han (2012) advierte que la sociedad del rendimiento agota la vida y produce un cansancio del alma. Frente a ese agotamiento, el papá presente que cuida amorosamente encarna una ética del descanso, una resistencia contra la aceleración y la auto explotación. La revolución que Han llama “contra nosotros mismos” (p. 76) se materializa en cada gesto de atención: en el tiempo compartido, en el alimento preparado sin prisa, en el reconocimiento del otro no como proyección del yo, sino como alteridad que merece ternura. Cuidar se convierte en una forma de pensar más lenta, más humana, más verdadera.


Sloterdijk (2003), por su parte, nos ofreció la metáfora de las esferas: espacios de intimidad donde la vida se protege y se regenera. En la práctica de la paternidad presente, el hogar -lejos de ser un escenario de poder o de disciplina- se convierte en una esfera de afecto y aprendizaje recíproco. Papá e hija o hijo cohabitan una burbuja ética que los resguarda del exceso del mundo, donde la masculinidad se reconstruye como calor, no como dominio.


Así, la ética del cuidado masculino no es sentimentalismo ni compensación moral: es una forma de habitar el ser desde la finitud, el cuerpo y la palabra compartida. Supone desmontar la distancia que el patriarcado erigió entre razón y emoción, entre lo público y lo íntimo, entre el trabajo y la ternura. En esa intersección se gesta una nueva ontología o mejor, una nueva práctica de sentido del hombre papá: un ser capaz de poetizar su existencia y de hacer del cuidado una práctica política.


En última instancia, la paternidad presente no es solo una elección afectiva, sino una declaración filosófica: la afirmación de que el ser del hombre no se mide por lo que produce, sino por lo que acompaña; no por la fuerza que impone, sino por la presencia que sostiene. Habitar, cuidar y amar -como modos de ser- constituyen la respuesta ética a una civilización que ha olvidado el sentido del estar juntos. El padre separado de su expareja que está, que cocina, que escucha y que habita (su) la casa como espacio de encuentro, realiza, sin saberlo, el proyecto heideggeriano del habitar poéticamente sobre la tierra.

 

Referencias


Butler, J. (2007). El género en disputa: El feminismo y la subversión de la identidad (M. Antolín Rato, Trad.). Paidós.

Gadamer, H.-G. (2001). Verdad y método I (A. Agud Aparicio y R. de Agapito, Trads.). Sígueme.

Han, B.-C. (2012). La sociedad del cansancio (A. Saratxaga Arregi, Trad.). Herder Editorial.

Han, B.-C. (2014). La agonía del eros (A. Saratxaga Arregi, Trad.). Herder Editorial.

Heidegger, M. (1994). Construir, habitar, pensar (E. Barjau, Trad.). En Conferencias y artículos (pp. 137–152). Ediciones del Serbal.

Heidegger, M. (1997). Ser y tiempo (J. E. Rivera, Trad.). Editorial Universitaria.

Sloterdijk, P. (2003). Esferas I: Burbujas (I. Reguera, Trad.). Siruela

 

 
 
 

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