¿Qué es la broligarquía?: el machismo feroz se recicla
- Luis Alberto Torres
- 7 oct
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Por Luis Alberto Torres Álvarez
El reciente debate sobre la “broligarquía” en Estados Unidos —ese entramado de magnates tecnológicos que orbitan en torno a Donald Trump, como Elon Musk, Peter Thiel o Jeff Bezos— revela un fenómeno más profundo que la simple alianza entre dinero y poder. Representa la consolidación de una nueva élite masculina digital: jóvenes, millonarios, disruptivos y convencidos de que la eficiencia empresarial debe reemplazar la deliberación democrática. Pero detrás de esa estética del éxito y la genialidad se esconde una vieja lógica: la del patriarcado tecnocrático.
El término broligarquía combina “bro” (hermano, colega) con “oligarquía”, y sintetiza la hermandad masculina que gobierna desde los algoritmos y las finanzas. Su discurso es de innovación, pero su estructura es de exclusión: celebra el riesgo, el genio individual, la velocidad y la ruptura de reglas, mientras margina todo lo que huela a cuidado, empatía o lentitud. La figura del bro sustituye al viejo patriarca de corbata por un nuevo varón digital con hoodie y jets eléctricos. El resultado es el mismo: concentración de poder, desigualdad social y un desprecio implícito por la vulnerabilidad humana y planetaria.
Desde la democracia participativa, este fenómeno es alarmante. La promesa de un poder ciudadano horizontal se diluye cuando los espacios públicos —redes, información, inteligencia artificial— son controlados por corporaciones privadas. El ciudadano deja de decidir, y los algoritmos deciden por él. Lo que se anuncia como libertad tecnológica termina siendo obediencia automatizada. En ese sentido, la broligarquía no solo erosiona la democracia: la reemplaza por una tecnocracia masculina que se auto percibe salvadora.
Si observamos desde el ecofeminismo, el patrón es todavía más claro. La lógica de estos magnates replica la misma matriz que ha dominado la relación entre humanidad y naturaleza: control, extracción, expansión sin límites. Detrás de los autos eléctricos, la minería de litio y las promesas espaciales, hay comunidades desplazadas, recursos agotados y una ilusión de progreso que deja fuera los saberes del cuidado. El ecofeminismo nos enseña que no se trata de reemplazar la Tierra con Marte, ni de automatizar la vida, sino de reconectarnos con la interdependencia que hace posible la existencia. Y esa ética del cuidado, históricamente despreciada por la cultura patriarcal, es hoy la única alternativa viable para un planeta al borde del colapso.
Detrás de la broligarquía hay un mismo patrón: masculinidades de poder que no reconocen el límite, ni el cuidado, ni la interdependencia. Masculinidades que aún creen que liderar es dominar, y no servir. Ahí es donde mi propuesta de masculinidades en renovación busca abrir otra ruta. Digo en renovación porque no es un estado final ni un modelo cerrado: es un proceso sistémico, permanente e infinito. No se trata de cambiar de un machismo a otro “modelo ideal”, sino de mantenerse en revisión constante, en transformación viva. El motor del cambio no está en las estructuras ni en los gobiernos: el método soy yo. Cada hombre, desde su propia experiencia, puede iniciar una renovación ética si asume tres principios básicos: reconocimiento, respeto y responsabilidad. Reconocimiento de sí mismo, de sus emociones, de sus sombras y luces.
Respeto por las otras vidas humanas y no humanas. Y responsabilidad ante el planeta y ante las consecuencias de cada acto. Esa es la ética de las tres erres, que no busca imponer un sistema moral, sino una práctica cotidiana de coherencia. Porque, y este es otro pilar fundamental, el fin no justifica los medios. Si los medios son antiéticos, el fin se anula. Esa máxima parece obvia, pero en la cultura de la broligarquía se invierte: lo importante es ganar, dominar, monetizar. No importa cómo. Y justamente ahí radica la crisis contemporánea: en la justificación del poder como virtud.
A diferencia de las grandes teorías estructuralistas o los discursos de denuncia abstracta, mi propuesta parte de lo concreto. No de la burocracia del género ni de la ideología, sino de la paternidad responsable y la crianza compartida, especialmente entre padres separados. Ahí, en lo doméstico, en lo cotidiano, se juega el verdadero cambio.Un padre que se levanta a cocinar, a acompañar, a cuidar sin gritar ni imponer, está desarmando el patriarcado más que mil congresos. Transformar la sociedad desde el individuo no es ingenuidad: es un acto político profundo, porque la ética personal es la semilla de toda transformación colectiva.
Frente a la arrogancia de los “bros” que creen salvar el mundo desde la pantalla, el desafío es recuperar la humildad del cuidado. El hombre en renovación no quiere dominar el planeta ni conquistar el poder; quiere habitarlo con sentido, reconciliarse con la vida, y ejercer su libertad sin oprimir. El siglo XXI no necesita más héroes digitales, sino hombres y mujeres capaces de amar con responsabilidad, decidir con empatía y vivir con límites.
Porque si el método soy yo, el cambio no empieza en Silicon Valley, ni en la Casa Blanca, ni en una cumbre mundial. Empieza en casa. Empieza en cada gesto, en cada conversación, en cada acto ético de reconocimiento, respeto y responsabilidad.
Luis Alberto Torres Alvarez
Asesor masculinidades en renovación
06/10/2025
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