EL COLAPSO DEL ORDEN PATRIARCAL
- Luis Alberto Torres
- 9 sept
- 3 Min. de lectura
Ensayo Argumentativo: Entre el colapso del orden patriarcal y el poder corporativo
Por: Luis Alberto Torres Alvarez.
Vivimos en un momento de fisura. El orden patriarcal, que durante siglos se presentó como natural, estable y fundacional de la civilización occidental, muestra grietas profundas. Estas fisuras no surgen únicamente de la irrupción de nuevos sujetos políticos —personas trans, intersexuales, no binarias, configuraciones familiares no normativas— sino de la evidencia que traen consigo: que el género, la familia, la nación y la cultura nunca fueron categorías naturales, sino construcciones políticas destinadas a asegurar privilegios masculinos, coloniales, jerárquicos y heteronormativos.
Uno de los dispositivos centrales de ese orden ha sido la producción de ignorancia estratégica. No hablamos de una ignorancia pasiva, sino de un acto político calculado: suprimir conocimientos, invisibilizar memorias y deslegitimar saberes encarnados en comunidades subalternizadas. La ignorancia, en este sentido, se convierte en un arma de poder, un mecanismo de control que garantiza que el relato oficial —masculino, blanco, occidental— siga dominando sobre otras epistemologías.
La crisis actual de los discursos hegemónicos, sin embargo, no radica simplemente en la existencia de disidencias sexuales o culturales, sino en que estas experiencias desmontan la pretensión de universalidad del modelo patriarcal. Si lo diverso existe y resiste, es porque siempre existió; lo que queda en evidencia es que la unidad de un solo pueblo, una sola lengua, una sola fe fue siempre una construcción excluyente.
El pluralismo, lejos de erosionar los valores fundacionales, muestra la fragilidad de aquellos valores y el miedo que los sostiene: el temor a que la cultura deje de ser homogénea y jerárquica. En este contexto, la categoría de lo abyecto cobra centralidad. Lo abyecto no es simplemente lo repulsivo, sino aquello que no encaja en el sistema simbólico dominante y, por tanto, amenaza con desestabilizarlo desde los márgenes. Los cuerpos trans, intersexuales, no binarios o las configuraciones familiares no normativas son convertidos en figuras abyectas dentro de un régimen de verdad binario y patriarcal, no porque sean “anormales”, sino porque muestran la artificialidad de la normalidad impuesta.
Ahora bien, esta crisis cultural y simbólica se da en paralelo a un escenario económico y político que refuerza, con más violencia, la lógica patriarcal. Las grandes corporaciones globales —JP Morgan, BlackRock, ADM, las petroleras, las industrias extractivas y militares— son hoy más poderosos que muchos Estados y las instituciones creadas tras la Segunda Guerra Mundial (ONU, OTAN, Banco Mundial).
Estas corporaciones encarnan la versión más acabada de la acumulación capitalista: un poder privado que supera al estatal, capaz de dictar la agenda mundial. Lejos de impulsar la transición hacia modelos sostenibles, estas estructuras corporativas sabotean el cambio energético hacia renovables, porque su supervivencia depende de mantenernos atados a los combustibles fósiles, al extractivismo y a la guerra como negocio. Su resistencia no es meramente económica: es cultural y política. Defienden un patriarcado global, incluso si sus rostros visibles pueden ser mujeres gerentes; lo que está en juego es la reproducción de un sistema de poder masculino en su lógica más profunda: jerárquico, depredador, colonial y excluyente.
Ante este panorama surge una pregunta inquietante: ¿qué salida se vislumbra cuando los dueños del poder real del mundo se atrincheran en la defensa de sus privilegios? La historia reciente muestra que, en contextos de crisis, estos grupos suelen optar por salidas autoritarias, incluso fascistas, antes que ceder poder. Y ese riesgo hoy es tangible: un mundo donde el miedo, la ignorancia estratégica y el control corporativo se traduzcan en un retorno a formas regresivas y violentas de gobierno.
Pero la alternativa no está clausurada. La potencia de los movimientos ecofeministas, de las culturas regenerativas, de los sistemas de pensamiento integradores (Morin, Maturana, Capra, Sheldrake), abre caminos para pensar de otro modo.
El dilema, entonces, es nítido: si el cambio viene solo desde arriba, seguirá siendo controlado por élites patriarcales y corporativas; si emerge desde abajo —desde la pluralidad de comunidades, cuerpos, saberes y territorios— puede abrirse la posibilidad de un nuevo horizonte civilizatorio. El riesgo del neofascismo es real, pero también lo es la oportunidad de regenerar nuestras culturas y modos de habitar el mundo.
En última instancia, la pregunta no es si el mundo va a cambiar —pues el cambio ya está en marcha—, sino cómo conduciremos ese cambio: las corporaciones que buscan perpetuar el patriarcado global o los ciudadanos que desde sus márgenes tejen alternativas de vida.